Cuenta el propio pintor en La vida secreta de Salvador Dalí que una noche, tras cenar queso de Camembert, se puso a meditar sobre los "problemas filosóficos" de la materias dura y blanda. En 1931, este pensamiento le llevó hasta un cuadro inacabado de un paisaje de Portlligat presidido por un olivo seco, rocas y un atardecer melancólico. Entonces surgió la inspiración: añadió los relojes blandos, que se deshacen quizás cansados de marcar la misma hora, y surgió La persistencia de la memoria, icono del surrealismo y obra capital del pintor ampurdanés. Rodeado de cortinajes dorados y montado sobre un mármol, el óleo sorprende por su pequeño formato (24 por 33 centímetros) y por la emoción pura que logra transmitir.
El cuadro, conocido popularmente como Los relojes blandos, está lleno de misterio y es objeto de múltiples interpretaciones. La leyenda asegura que fue iniciado en Cadaqués y terminado en París, tras la ingesta del famoso queso blando.
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